David Lee Russell, el extranjero volador

La volcada que quedó en la historia, en el concurso de España y el niño como "socio".

Por Nicolás Tamborindegui

La llegada de cada uno de los jugadores extranjeros para jugar en Independiente en los tiempos de la Liga Nacional generaba una expectativa sin igual. Además de lo que significaba para la ciudad, el imán con los chicos o con los jugadores de las formativas, adentro de la cancha era el jugador distinto que tenía que marcar diferencias, en lo posible meter muchísimos puntos y agarrar varios rebotes. Tras la enorme temporada de Melvin Johnson en la 91/92, la vara había quedado muy alta y, en ese contexto de un equipo que además se armó para salvar la categoría, llegó a Neuquén un alero de nombre David Lee Russell.

Medía 1,99, había nacido el 9 de enero de 1960 en Nueva York. Se destacó en el básquet universitario en la prestigiosa universidad de St. John´s bajo las órdenes del mítico entrenador Lou Carnesseca y teniendo como compañero a una leyenda de la NBA, Chris Mullin, el tirador blanco de los Golden State Warriors, miembro del Dream Team original. De hecho, Russel era la segunda opción ofensiva detrás de Mullin. Tan buena fue su carrera universitaria que llegó a ser elegido en la segunda ronda del draft del 83 en el puesto 27 por los Denver Nuggets.

Más allá de obtener una buena ubicación en la lotería, no llegó a jugar en la NBA. Rápidamente cruzó el océano y llegó a Europa para defender los colores del Joventut de Badalona en la Liga Española y la rompió toda: en 24 partidos promedio más de 35 puntos y casi 8 rebotes. Además, se destacó como un jugador muy atlético y espectacular, de esos que hacían delirar a los espectadores a fuerza de vuelos, volcadas y saltos impresionantes. Cuentan que en su primer partido contra el Manresa, en Badalona, hizo una volcada girando en 360 grados para terminar un contrataque. Hacía cosas que recién empezaron a ver con frecuencia 20 años después.

En la universidad de St. John´s.

Tras su gran temporada presentación, fue contratado por el Estudiantes de Madrid, donde se transformó en una verdadera leyenda. Allí estuvo desde 1984 a 1989 y se convirtió en el ídolo del club, una de los más importantes de España (tiempo después el argentino Hernán Pancho Jasen sería también ídolo allí), Sus promedios eran por encima de los 30 puntos, siempre acciones espectaculares. Era uno de los mejores jugadores de la competición. El 29 de marzo del 87, por ejemplo, le metió 43 puntos al Real Madrid en el clásico de la ciudad, en un partido de playoff.

Sin embargo, todo cambió en la 88/89 con la llegada de las temidas lesiones. Russell tuvo que pasar por el quirófano por problemas en una rodilla y a su regreso nunca fue el de antes. En el 89, deja de pertenecer al Estudiantes debido a que su rendimiento ya no era el mismo. Había perdido explosión y su tiro exterior, su gran déficit, no era tan efectivo como para reinventar su juego.

En 1989 se fue jugar a Francia, al Saint Quentin. Allí estuvo hasta 1990 y al año siguiente fichó para los Columbus Horizon de la CBA, segunda liga por entonces de los Estados Unidos. En el año 92 partió a Venezuela para jugar en los Gaiteros de Zulia y ese mismo año arribó a Neuquén para comenzar la temporada con la camiseta de Independiente.

Russell era un gran jugador en el 1 contra 1 (Archivo revista Solo Básquet).

El Rojo venía de una buena temporada en la que había logrado el octavo puesto con un presupuesto austero y la gran figura de Melvin, que para ese año 92 había pasado a Quilmes del Mar del Plata. Daniel Araoz era el director técnico en su segunda temporada al frente del plantel y los nacionales era Daniel Barrales, Javier Maretto, Guillermo Coissón, Alejandro Allegretti, Fabio Martín, Leonardo Sandón, Sebastián Godoy y Gustavo Oroná, entre otros. El otro extranjero empezó siendo Keith Lee, un pivot ex NBA de 2,08 de altura, que luego le dejó su lugar a Randy Owens, un gran jugador que no estaba bien físicamente.

Ese año el debut fue como local en La Caldera con una dura derrota frente a Boca por 99-73, aunque lo de Russell fue sensacional: 37 puntos en 40 minutos con muy buenos porcentajes, más 7 rebotes. Dos días después llegaría el primer triunfo, 86 a 81 a Peñarol, también de local, con sólo 11 puntos en 15 minutos del estadounidense, que se cargó de faltas. Luego tuvo algunos partidos flojos hasta que volvió a anotar mucho (30) en un partido muy recordado, televisado, frente a Estudiantes en Bahía Blanca: le cometieron falta con el partido empatado y sin tiempo para más. Fue a la línea, erró los dos libres y fueron a suplementario, donde la victoria quedó para el local.

Su técnico, Daniel Araoz, recuerda hoy el paso de David por Independiente bajo su conducción: “Era un alero que jugaba muy bien el uno contra uno. Nosotros tratábamos de armarle la ofensiva para que el definiera jugando uno contra uno. Era un tremendo penetrador, con poco tiro, y después que empezaron a estudiarlo los defensores le regalaban el lanzamiento”.

Russell ya no era ese jugador que había deslumbrado en la liga española, aun así, conservaba cierta explosividad que le permitía volcar la pelota con facilidad, para el deleite de los jóvenes en Neuquén. Eso si, defensivamente era flojo y eso se notaba en la cancha. En la novena fecha fue clave con 30 puntos para que Independiente venciera de local a Atenas por 93-85, en un choque histórico. Por la fecha 12 le anotó 38 a Echague en Paraná y dos jornadas más tarde 37 a Quilmes, aunque en ambas oportunidades con derrota. El andar del equipo no ayudaba a pesar de los puntos del alero.

Fabio Martín fue compañero suyo ese año en Independiente y lo recuerda muy bien: “Era un zurdo que cuando vino a jugar a Neuquén todavía saltaba mucho, es verdad que venía de muchas lesiones, pero se notaba que era un gran jugador”. “Iba mucho para la zurda, poquito para la derecha”, rememora Aráoz sobre sus decisiones en ataque.

Promediando el torneo llegó para acompañarlo en la dupla extranjera el portorriqueño Edgar León, otro anotador compulsivo, con lo que sus números en cuanto a puntos por juego bajaron, aunque aun así le hizo 31 a Boca en la fecha 17 y 41 al GEPU de San Luis de Juan Espil y el Gallo Esteban Pérez en un partido que se jugó en General Roca por la jornada 20 (nuevamente ambos partidos fueron derrotas)

En la fecha 22 tuvo un gran juego de local en el triunfo ante Estudiantes de Bahía Blanca con 34 puntos y 10 rebotes, mientras que su último buen partido fue en el triunfo como local en La Caldera ante Santa Paula de Galvez 83-82 en la despedida de la primera fase. Esa noche metió 25, pero lo más importante fue que definió el juego anotando el doble de la victoria: la enteró a solo 4 segundos del final. “Me acuerdo que ese partido, lo definió con una volcada tremenda”, recuerda Fabio.

Otro que se acuerda de ese partido a pesar del paso de los años es Bruno Gelsi, integrante como juvenil de aquel plantel: “No me olvido más: perdíamos por uno contra Santa Paula, faltaban unos pocos segundos y saltó de afuera de la llave, lo pasó por arriba a Robert Siler y se la volcó en la cara a Dennis Still con la mano izquierda. Una cosa impresionante”.

Esos serían sus últimos partidos en Independiente. El corte se dio “por razones técnicas”. Sus rodillas maltrechas, su poca contracción defensiva y el flojo andar del equipo hicieron que no siguiera tras el receso por las fiestas de fin de año. En su lugar llegaría un pivot de 2.05, blanco, Scott Bailey (para no usar a Edgar León tan cerca del cesto). De todas maneras las cosas no cambiaron mucho. Agobiado por los problemas económicos y por los malos resultados, Independiente descendería ese año tras perder el repechaje con el segundo del TNA, Independiente de General Pico por 3-1.

Ya no tenía la explosividad que mostró en España, pero en Neuquén mostró varias volcadas como esta. (Solo Básquet)

En 27 partidos, el neoyorquino promedió 23,6 puntos y hasta el momento de su corte era el sexto goleador de la Liga Nacional 92/93. Tenía pinceladas de haber sido un gran jugador, ágil, volador y espectacular, tal como lo demostró con varias volcadas tremendas en los partidos. Su juego cambió por las lesiones en sus rodillas, ya no era tan veloz como cuando se desempeñaba en España y tampoco podía desgastarse tanto en defensa, aun así, dejó varias muestras de su talento.

“Después que lo cortaron decíamos ‘que loco que lo cortaron’, porque era muy buen jugador, lo que pasa es que teníamos pocos internos y Russell era un 3, a veces lo hacíamos jugar de 4 pero no lo sentía al puesto, pero era un gran jugador y muy piola como persona”, cuenta Martin. “Lo cortaron porque no defendía, pero en ese momento el equipo no andaba bien”, agrega Gelsi.

Araoz explicó que efectivamente “en algún momento lo hacíamos jugar de 4 porque posteado sacaba ventaja contra el defensor, siempre en situaciones cercanas al canasto. Y sí, dábamos mucha ventaja en defensa porque él no la sentía, especulaba un poco por las lesiones y también por el nivel del torneo”.

Quienes coincidieron con el destacan su calidad humana: “Era una excelente persona y se llevaba muy bien con los compañeros, con los demás integrantes del plantel. Es verdad que las lesiones no lo ayudaron. Además nosotros ganábamos poquito y nada y en esa época cuando los equipos no ganaban el primer fusible era el extranjero y el segundo el entrenador”, finalizó Aráoz.

¿Qué fue de la vida de David Lee Russell tras su paso por Neuquén? basquetbolísticamente muy poco más. Algunos meses después, en ese 1993, se retiró jugando para el Esperance Sportive Pully de la liga francesa, con tan solo 32 años, cansado de las lesiones y con sus rodillas muy deterioradas. Una pena para un jugador asociado con el espectáculo en cada una de las canchas que pisó.

Hace unos pocos años, Javier Ortiz, un periodista español lo entrevistó y contó que vivía en su Nueva York natal, desempeñándose como “federal inspector” (una figura de la administración estadounidense que se encarga de verificar que la ley se está cumpliendo en un área determinada) en el barrio de Queens, donde se había criado.

En España aun lo recuerdan como lo que es e ese país, una leyenda de la liga, no solo por sus actuaciones con las camisetas del Joventut y el Estudiantes, sino porque ganó los dos primeros concursos de volcadas (allá le dicen “mates”) en la historia de la competición española. Especialmente se lo guarda en la memoria por una volcada en la que saltó sobre un nene, algo prácticamente nunca visto por entonces.

Ese concurso se realizó en 1986 en Don Benito, Badajoz. En su última clavada, para llevarse el certamen, Russell eligió a un niño de los que formaban el equipo de asistentes que secaban el campo de juego, lo llevó hasta cerca del aro, lo paró ahí, a dos metros de distancia de la cesta, le dijo que cerrara los ojos y después de tomar carrera lo saltó y volcó la pelota en el aro, ante la explosión de aplausos y gritos de la gente. Esa acción, para una época sin internet y con muy poco básquet por televisión, fue totalmente innovadora y sorprendente, y fue la portada de la revista de básquet más leída en Europa por entonces: “Gigantes del basket”.

“Yo después jugué en España, ahí fue una leyenda. Fue campeón de, torneo de volcadas, una cosa impresionante”, cuenta Gelsi, quien agrega que “vino acá ya salvado económicamente, el hablaba español, excelente persona, muy tranquilo y había sido una figura. Dijo que nunca había jugado en Sudamérica y quería conocer, y por eso vino. Era muy buena onda”.

No es de los más recordados, no está a la altura de un Jim Ratiff o de un Melvin Johnson en la historia del Rojo, pero es uno de los de mejores pergaminos de todos los estadounidenses que pasaron por Independiente en la Liga Nacional. Quienes fueron sus compañeros recuerdan su clase y, en España, donde es una verdadera leyenda, aun hoy es objeto de recuerdos, historias y crónicas periodísticas