Melvin, el ídolo de los 90

De cerca o de lejos, Melvin embocaba seguido. (Solo Básquet)

Por Nicolás Tamborindegui

Durante los años que Independiente de Neuquén ha hecho básquet profesional, han sido muchos los extranjeros que pasaron por la institución. Sin embargo, contados con los dedos de una mano son aquellos que sobreviven al paso del tiempo y aun hoy son recordados. De ese selecto grupo, hay uno que, sin dudas, se destaca por sobre el resto porque marcó un antes y un después, no sólo en Neuquén, sino también en el básquet argentino: Melvin Johnson.

Melvin era un adelantado. Ya en los 80 y 90 jugaba como lo hacen hoy los 4 modernos, de frente al canasto. Era un alapivot de 2,06 metros, estilizado, no esas moles de kilos con poca movilidad que estábamos acostumbrados a ver en los albores de la Liga Nacional jugando abajo del aro. Era fino y muy elegante en sus movimientos y tenía un muy buen juego de pies y un tiro de 4/5 metros sumamente efectivo. También se animaba con los triples, algo raro en esa época para un jugador de su talla.

Nació el 9 de noviembre de 1962 en Miami, Florida, en los Estados Unidos. Su periplo por el básquet colegial en su país aconteció en la Universidad de North Carolina Charlotte entre el 80 y el 84. Al terminar sus cuatro años universitarios fue elegido por los Chicago Bulls en la cuarta ronda del draft de la NBA de 1984, más precisamente en el puesto 72. Es justo el mismo draft en el que los Toros seleccionaron en la tercera posición a un tal Michael Jordan. Pese a sus muy buenos números en la universidad (19,6 puntos y 8,7 rebotes por partido en su último año), no llegó a jugar en la NBA.

Su primera experiencia profesional fue en el Lugano de Suiza, una liga de segundo o tercer orden en Europa, y al poco tiempo le tocó armar las valijas y viajar a la Argentina. En silencio, llegó a la ciudad de Cinco Saltos para jugar en el Tricolor. Allí formó una dupla muy recordada con otro de los refuerzos estadounidenses, Emery Atkinson. Aún hoy, quienes están por encima de los 50 años, hablan maravillas de lo que ambos hacían adentro del viejo parqué sáltense: corridas, puntos, rebotes y vuelos por toda la cancha. Dicen que era un espectáculo verlos jugar. Ese plantel lo integraban, entre otros, Robert Williams, Edgar Valdemarin, Marcelo Hubeaut, Robert Mazzoni, Marcelo Gonzaga, Horacio Vicentino, Gustavo Franciscovich, Daniel Sueldo y Dario Larramendy.

“Estaba segundo en la lista de jugadores para traer en Cinco Saltos en ese momento, primero vino Leroy Smith, que estuvo solo un mes y se fue, no se llevaba bien con nadie, y después llegó Melvin. Recuerdo que aterrizó en el aeropuerto de Neuquén a eso de las 7 de la tarde y a las 10 de la noche ya estaba jugando con nosotros. Apareció en el club con traje blanco y empezó a sacarse cadenas y anillos de oro. Le pusimos Tweety, por el pajarito de los dibujitos animados, porque tenía el cuerpo desproporcionado de la cabeza” contó Mazzoni, uno de sus compañeros en Cinco Saltos. Otra historia que circula a modo de leyenda en el club es una que indica que Johnson cayó con un reloj suizo para cada uno de sus compañeros de regalo.

Mazzoni recuerda varias anécdotas de su paso por Cinco Saltos: “En uno de los partidos nos pedía que en la entrada en calor volcáramos la pelota para impresionar a los rivales, pero nosotros no podíamos, el tablero era de madera”, y agrega que “como jugador era excelente, desde el punto de vista técnico, no había otro como él.  Su técnica de tiro era espectacular. Yo les decía a mis compañeros, ‘miren como tira al aro, fijensé de dónde saca la pelota para hacer el lanzamiento’”.

Después de ese histórico paso por el Club Cinco Saltos pasó a Independiente de Neuquén, que disputaba la segunda categoría del básquet nacional. El Rojo había terminado en el puesto 15º (de 36 equipos) en la liga del 85, en lo que había sido su primera participación en la B, y en esa segunda temporada, el arranque no había sido bueno. El técnico Roberto Benvenuto perdió los primeros seis partidos y le dejó su lugar a Eduardo Armer, quien había sido el entrenador de Universidad de Belgrano en el duelo por el derecho a disputar la B un tiempo antes. Armer también perdió los siguientes seis, pero el equipo levantó con la llegada del nuevo extranjero, que no era otro que Melvin.

“Yo no lo quería, me lo pusieron los dirigentes, que me decían que lo tenía que ver en la cancha, que era un flaquito que jugaba fenómeno. Yo no quería saber nada, pero ¡menos mal que lo trajeron!”, rememoró Armer por teléfono hace unos años cuando hablamos de él. El equipo, que no podía salir del fondo, finalmente terminaría en el puesto 23, de 36 participantes nuevamente, pero Johnson tuvo grandes partidos, muchos por encima de los 30 y 40 puntos y dejaría la puerta abierta para volver, algo que se concretaría cinco años más tarde.

En ese periodo de tiempo, siempre se habló de él en Neuquén. Pasaron otros buenos extranjeros, como Terry Williams por ejemplo, el del ascenso de 88, pero la gente, a la hora de buscar referentes, siempre recordaba solamente a dos: Jim Ratiff (estuvo en el 84 en el Campeonato Argentino de Clubes) y Melvin.

Tras ese paso por Cinco Saltos y Neuquén el joven Johnson jugó en Bélgica (Houthalen), nuevamente en Suiza (Visel Basilea y Champel Ginebra, en este último en dos oportunidades), en Venezuela (Gaiteros de Zulia) y finalmente tuvo su chance en una liga de gran nivel como la española, una de las mejores por afuera de la NBA. Fue contratado por el Mayoral Maristas pero pese a unos aceptables números (18,8 puntos y 7,2 rebotes en 34 minutos, con 54% en tiros de dos y 41% en triples) duró pocos partidos, ya que el equipo no salía de una racha perdedora. Eso si, se despidió a lo grande con 24 puntos y 7 rebotes contra el CAI Zaragoza. Algo curioso es que su reemplazante en el conjunto de Málaga fue uno que también jugaría más adelante en Independiente: el portorriqueño Edgar León.

Y ahí Neuquén volvió a ser el destino del buen Melvin, pero con una particularidad: sería el primero de muchos años seguidos en Latinoamérica y especialmente en Argentina para él. En el Rojo ya no estaba Armer, el técnico era Daniel Aráoz que hacía su primera experiencia como entrenador principal y el presupuesto no era el mismo que años anteriores. El equipo era más austero y esta vez el título no era el principal objetivo como en las dos ligas pasadas. Se había ido el símbolo, Esteban De la Fuente, y ya no estaban tampoco los otros jugadores de selección, como Marcelo Richotti y Luis Villar. Ese plantel estaba compuesto por el Chino Daniel Barrales y el juvenil Facundo Sucatzky en la base, Mariano Aguilar era el escolta, Rubén Mignani y Jorge Epifanio los aleros y Guillermo Coissón era el pivot, más los juveniles Sebastián Godoy, Facundo Cajide y Bruno Gelsi entre otros.

Melvin llegaba con 29 años, en la plenitud de su carrera. Para hacer dupla trajo a su hermano Javin, un pivot de 2,04, más joven que él y con características diferentes: no era goleador y no tenía sus movimientos. Javin duró pocos partidos. Si bien no era un fenómeno como su hermano, al parecer el problema no pasó por cuestiones basquetbolísticas y el propio Melvin fue el encargado de cortarlo, según cuenta Dante Centeno, asistente técnico de Daniel Aráoz en ese plantel: “A Javin lo corta él. Se había enterado de que había salido de joda un fin de semana y lo llamó al padre y le contó que su hermano se había portado mal y había salido y que se tenía que volver a Miami. Melvin era un monstruo desde todo punto de vista, como persona y como jugador”.

El debut esa temporada fue en La Caldera ante el recién ascendido Olimpia de Venado Tuerto, con triunfo para el local por 80-72. Melvin metió 17 y tomó 5 rebotes y fue el goleador del equipo, mientras que Javin aportó 16. “Jugó bien cada vez que partió en acciones de 4 o 5 metros hacia el cesto porque mostró habilidad para proteger el balón y sacarse la marca en las penetraciones. Acertó cada vez que tiró corto”. Así lo definió la revista Solo Básquet en su número 113 en el cual analizaba los debuts de los extranjeros. En la segunda fecha le metió 28 a Sport Club Cañadense. Pocos partidos después llegó su primer “clutch”. Fue en Buenos Aires frente a Boca: a pocos segundos del final y con Independiente abajo por 1 punto, se la jugó en el uno contra uno y con un tiro de 5 metros sobre el sonido de la chicharra le dio el triunfo a su equipo. Una muestra de sus grandes condiciones.

Johnson contra Boca en Buenos Aires. Esa noche metió un doble en el último segundo.(Solo Básquet)

“En esa época los internos eran internos, no se movían de abajo del aro, a lo sumo los alapivots salían a tirar a la línea del tiro libre, pero Melvin jugaba de frente al aro, de espaldas, tiraba triples… no había por entonces jugadores así. No vi nunca otro más completo, estaba siempre preocupado por el equipo a pesar de lo buenas que eran sus estadísticas personales”, lo define Centeno y cuenta una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: “Un día no le había gustado como había jugado, aunque estoy seguro que había metido 30 puntos igual. Al otro día yo estaba entrenando con las formativas y me pidió permiso para entrenar con los pibes. Trabajó a la par de los cadetes. Él tenía esas cosas”.

Melvin tuvo grandes partidos en Independiente. Por ejemplo, le metió 31 a Ferro en Caballito y 37 a Quilmes en Mar del Plata jugando solo en ambos cotejos, porque su hermano ya no estaba y el reemplazante no había llegado. Ya con Rodney Jones en el plantel primero, y con Joe Atkinson (habían jugado juntos en Venezuela) después, el goleo entre la dupla de americanos fue más repartido, pero Johnson siguió firmando planillas formidables: le hizo 33 a Estudiantes de Bahía en la fecha 19.

¿Sabés que sos ídolo acá en Neuquén?, le preguntaba el Loco Ibáñez en una entrevista publicada el 3 de diciembre del 91 en el número 123 de la revista Solo Básquet. “Ser un ídolo está bien, pero yo quiero más que nada hacer un buen trabajo. No quisiera que digan: ¡Este americano es muy malo, este americano presenta problemas! Si soy ídolo quiero ser ejemplo para los más chicos, para los más jóvenes”, decía. Esa misma semana le había metido 31 a Peñarol en la Caldera.

Mas tarde, ya por la fecha 25, le hizo 36 a Olimpo de Bahía Blanca con 9 rebotes. Unos días después 32 a Gimnasia de Pergamino. Su rendimiento iba creciendo a medida que la liga avanzaba y ya todos hablaban de él. Ese verano se dio el gusto además de llevar adelante el campus Johnson-Aguilar en La Caldera con el Tigre Mariano, en el que participaron una gran cantidad de chicos. Melvin era ídolo y lo volvían loco pidiéndole autógrafos después de los partidos. Pudo haberse ido a jugar a Venezuela también en el verano, ya que le ofrecían mucho más dinero. “Le di mi palabra a los dirigentes y pienso quedarme acá”, dijo.

Melvin estaba en Neuquén, con su pareja, de nacionalidad venezolana, a quien había conocido en su paso por ese país. Las mujeres de los jugadores se habían hecho muy amigas y de ahí surge otra historia que demuestra los valores del extranjero: por ella, Johnson se entera que él estaba al día en cuanto al pago de haberes, pero no así el resto de los jugadores y el cuerpo técnico, a los que le debían algunos meses (algo común por entonces en esos años de la Liga). Habló con todos y dijo que no entrenaría hasta que todo se solucione.

En la reanudación de la Liga se vio quizás el mejor básquet de Melvin en Neuquén. En la segunda fase, le hizo 42 a Ferro en el Héctor Etchart y 31 a los pergaminsenes también de visitante. Pocas jornadas después, convirtió 43 y bajó 12 rebotes en la victoria en cancha de River ante el local por 110-102. Se sentía muy cómodo y se notaba en la cancha. “Tienen a Johnson y saben usarlo. El norteamericano es la cara del funcionamiento del conjunto de Araoz”, escribía después de ese partido el reconocido periodista Marcelo Nogueira en el número 134 de Solo Básquet.

En la 91/92 estuvo varias veces por encima de los 30 y 40 puntos.

Independiente fue el mejor equipo de la A2 con un muy buen juego apoyado en el rendimiento de Melvin Johnson. En los playoff, dejó en el camino a Sport Club 3-2 jugando sin Joe Atkinson (había abandonado el equipo rumbo a Estados Unidos por la enfermedad de su padre y no volvió) con dos primeros juegos bárbaros de Melvin: 40 en el primer partido (4 de 5 en triples) y 31 en el segundo. Antes de esos primeros dos choques, hubo un amistoso que pocos recuerdan: A Independiente lo invitaron a jugar un partido a Bariloche con motivo de la inauguración del piso flotante del gimnasio Bomberos Voluntarios de esa ciudad. El rival fue Petrox de Chile, el campeón trasandino, y Johnson se despachó nada más ni nada menos que con 57 puntos.

“Jugamos esa noche con un solo extranjero, el hizo el laburo de los dos, fue tremendo” contó Centeno. “Fue el día del atentado a la Embajada de Israel, por eso lo recuerdo. Llegamos a hotel y nos enteramos de todo por la tele”, agregó.

Luego el equipo de Araoz perdería contra el campeón, Atenas de Córdoba, 3-0 y finalizaría la Liga en un más que meritorio octavo lugar. Melvin fue votado ese año como el segundo mejor extranjero de la competición. Tuvo 21 votos contra los 24 del ex NBA, Carey Scurry, que jugaba en GEPU de San Luis. Esa temporada promedió 25,4 puntos y 8,6 rebotes en 46 partidos con la camiseta de Independiente. Al año próximo sería económicamente imposible retenerlo y se marcharía a Quilmes de Mar del Plata.

En nuestro país jugó también en Gimnasia de comodoro Rivadavia, Regatas de San Nicolás y en Independiente de General Pico (6 temporadas) donde ganó dos títulos: la LNB 1994/95 y el Campeonato Sudamericano de Clubes de 1996. En la temporada 94/95 fue galardonado como el mejor extranjero de la competencia y hoy es recordado como uno de los mejores en la historia de nuestra liga.

Melvin Johnson con un joven Bruno Gelsi en La Caldera. (Gentileza Bruno Gelsi)

De su paso por Neuquén quedaron varias historias. Cuenta Bruno Gelsi, juvenil integrante de ese plantel de la 91/92 que: “Yo entrenaba con la primera, él era un señor, un caballero. Un día cae a ver un partido de cadetes en el que yo jugaba. Después pide conocer a mis padres y va a cenar a mi casa, algo rarísimo. Ahí les propuso a ellos que yo vaya a jugar y a estudiar a Estados Unidos al colegio que él había ido, que hacía las veces de nexo. Mis padres al final le agradecieron el gesto pero se negaron porque era muy chico”.

Otra anécdota sobre su profesionalidad la cuenta Dante Centeno: “Una vez se lesionó el hombro del brazo derecho haciendo una volcada contra Sport Club de Cañada de Gómez. Los médicos del plantel le prohibieron entrenar esa semana. El lunes, él fue y lo vio de afuera, pero el entrenamiento no fue el mismo. Cuando llegamos el miércoles a entrenar de nuevo, Melvin estaba cambiado listo para la práctica. ‘Si el equipo me necesita yo entreno igual’, nos dijo. Ese día hizo todo con la izquierda, un fenómeno”.

También en Cinco Saltos aun lo recuerdan. “Teníamos un traductor en esa época y nos hicimos muy amigos. Yo a veces estoy en contacto vía Facebook con él, era una persona extraordinaria, muy macanudo y lo sigue siendo. En el pueblo hizo una revolución, estaba de novio con una chica de acá en aquel momento, siempre nos contaba que estaba ahorrando plata para después descansar”, contó Mazzoni.

La camiseta de Melvin

La mítica camiseta roja con el número 10 de Melvin Johnson tiene su historia también: el propio Gelsi me la contó hace poco. “Es rarísima. Yo estaba trabajando ya para la provincia. Con Osvaldo Llancafilo colaboramos de manera institucional con la asociación gauchesca, cuyo presidente es Faty Busto. Ellos hacen jineteadas y esas actividades. Empezamos a compartir tiempo, el me conocía de cuando jugaba al básquet y un día cayó en la oficina sin decirme nada y me trajo de regalo la camiseta de Melvin Johnson”.

¿Cómo llegó ese tesoro para los basquetboleros a estar tantos años en manos del presidente de una asociación gauchesca? En el 91, Busto era encargado y después propietario de un boliche en esa época, al que Melvin concurría. Se trataba de Roller, en calle Rivadiavia 425 Neuquén. “Yo iba a ver siempre los partidos, como todo el mundo en Neuquén en esa época. Después de jugar, iban al boliche, especialmente los extranjeros. Eran todos bastante atorrantones pero no Melvin, él era un señor”, contó Faty. Así se hicieron amigos.

La 10 roja de Melvin.

“Así como era adentro de la cancha era también afuera: elegante, muy respetuoso. Siempre fue muy amable conmigo y además tenía mucha humildad”, agregó Busto, quien contó también como fue que Johnson le regaló la preciada camiseta. “Él sabía que yo iba a la cancha. Una vez ganamos un partido por un punto con un doble de Melvin sobre el final. La Caldera estaba que explotaba de gente. Yo, que estaba con un amigo, bajé corriendo eufórico de la tribuna y lo abracé mientras todos saltaban. Ahí él se sacó la camiseta y me la dio”, contó.

“La tengo desde ese día. En un momento la había perdido hasta que una vez apareció mi nena con la camiseta puesta, ella pensaba que era de River. ¡La camiseta de Melvin! Pegué el grito enseguida. Estaba media escondida en una parte del ropero y por eso no la encontraba. Después lo conocí a Bruno, estuvimos hablando muchas veces de Melvin y de la época de gloria del básquet de Independiente y se la regalé”, explicó Faty, que me dijo que además también el Tigre Aguilar le había regalado una camiseta. Así, esa histórica 10 colorada marca Team Foot de uno de los grandes ídolos del Rojo neuquino descansa hoy en la casa de Bruno.

 

1 COMENTARIO

  1. Hermosa nota. Melvin, el americano más elegante que vi pisar el parquet de La Caldera. Una mezcla espectacular de calidad, amor propio, buen juego, etc.
    La dupla que hicieron con Joe Atkinson en Cinco Saltos fue ESPECTACULAR.

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